EGOÍSMO ALTRUISTA: DE LA ESCASEZ A LA ABUNDANCIA

«Egoísmo altruista» es un oxímoron atribuido al Dalai Lama, y creo que resume muy bien el proceso de crecimiento y madurez de una persona, equipo, organización o sociedad.

Viene a significar que ambos conceptos, en realidad, no tienen por qué ser independientes, excluyentes o duales.

Es decir, que egoísmo y altruismo son dimensiones complementarias que se pueden dar de manera alternativa o simultánea, ya que son relativas a la conducta humana y, por tanto, tienen su origen en el mundo mental particular de cada persona.

Hay evidencia científica abundante, desde la psicología social, sobre la conducta de ayuda del ser humano, y podemos comprobar que las causas inmediatas o motivacionales, pueden estar tanto en el beneficio propio como en el de los demás.

Es decir, que los motivos pueden ser egoístas (solo pienso en mi propio beneficio), altruistas (solo pienso en el beneficio del otro), o ambos a la vez (egoísmo altruista).

Desde la psicología social se han estudiado, principalmente, tres fuentes motivacionales relacionadas con la conducta de ayuda:

  1. Aprendizaje personal y vicario -por observación- (a través de mecanismos de refuerzo y castigo)
  2. Factores emocionales (a través de la activación fisiológica y su interpretación mental)
  3. Normas sociales (reciprocidad, equidad, responsabilidad social, etc.) y personales (valores, moralidad, etc.)

También influyen aspectos de la personalidad, variables específicas de la situación y el tipo de relación que pueda existir entre las personas en un momento dado.

El tema es complejo y, como no dominamos o controlamos todas las variables, propongo que nos centremos en aquello que tenemos más a nuestro alcance, nuestra capacidad de poner consciencia, luz, atención, presencia, o como quieras llamarlo.

Es decir, la posibilidad de llevar a la práctica el término «defusión cognitiva» o desidentificación con el ego (mente condicionada).

Ello nos permitirá poder ver con cierta perspectiva y responder con mayor libertad, frente a reaccionar de manera automática y ser esclavos de nuestros hábitos mentales, emocionales y conductuales.

Y aquí es donde entra la práctica de la atención consciente tan crucial para el autoconocimiento y, por tanto, para la posibilidad de mejorar nuestro entorno a través de nuestra mejora personal.

De forma que, si hemos adquirido (por aprendizaje, sociedad, personalidad, etc.) una visión muy rígida o estrecha de la realidad (y por tanto, miope o desactualizada como un GPS), nos puede llegar a inundar una percepción de tremenda «escasez», carencia o frustración, derivada de esas ideas rígidas que actúan a modo de filtros o gafas mentales.

De esta manera, por ejemplo, puedo llegar a afirmar rotundamente que, para que yo gane, otro tiene que perder. O que no hay suficiente para todos. O que mi bienestar solo puede producirse a costa de los demás.

No voy a entrar en si interesa al «sistema», o no, que esto sea así.

Imagina, por un momento, que pudiera prevalecer la idea de que si la inmensa mayoría de personas tenemos una visión miedosa y estrecha de la realidad, es muy fácil tenernos bajo control, de forma que nosotros mismos nos «auto-esclavizaríamos» (p.ej., accediendo a préstamos para comprar casas, coches, viajes, etc., creyendo que eso nos haría más felices, obligándonos a trabajar muchas horas, aunque sea por un mínimo sueldo, contribuyendo a una espiral perversa de insatisfacción permanente).

En cualquier caso, lo que si sabemos es que esta forma de ver tan obtusa, cerrada y escasa del mundo, nos lleva a provocar lo que llamamos en psicología «profecía autocumplida«, una especie de espejismo o ilusión cognitiva que nos impulsa a comportarnos como si lo bueno estuviese limitado a unas pocas licencias que hay que «pillar como sea» antes de «que las pille otro» y nos quedemos «sin».

Lo que pasa es, que ese tipo de comportamiento genera, paradójicamente, la realidad que temíamos. Lo perverso es que, sin consciencia, luz o atención, nuestra mente dice algo así como «¿ves?, lo que yo pensaba se ha producido. Llevaba razón», reforzando nuestra visión miope.

Y así, poco a poco, nuestro ego se va quedando ci-ego tras ir «apagando luces» durante el proceso de socialización viviendo en modo «automático».

De forma que termina viviendo de forma estrecha, confusa, carente, de necesidad constante, en una especie de «zulo mental» que se proyecta a nuestro entorno, inoculando de nuevo a otras personas con un comportamiento defensivo, de protección o superviviencia.

Por supuesto también vamos a proyectar este ego ciego en el mundo laboral a todos los niveles (individual, grupal y organizacional) dependiendo de la posición que ocupemos, haciendo saltar alarmas por todas partes:

  • El jefe que no se fía de su equipo, y lo vigila estrechamente llegando a «asfixiarlo» emocionalmente (burn out).
  • El colaborador que cree que su jefe quiere «explotarlo» y se pone en modo «cumpli-miento de mínimos».
  • El trabajador que quiere obtener reconocimiento de la dirección y hace todo el «ruido» posible, cae en el presentismo, o en el «postureo» (en detrimento de sus compañeros, si es necesario para captar la atención).

Algo así como los niños cuando dicen a sus padres «¡¡mira lo que hagoooooo!!», tratando de conseguir el aplauso de sus progenitores.

Otras veces es peor, cuando la forma de reclamar (o mendigar) atención-reconocimiento es mediante la agresividad (mobbing, bullying, recriminaciones sistemáticas, demostraciones de poder, etc.).

En cualquier caso es la consecuencia de un ego que no ha sido trascendido o integrado por la atención consciente, y cree seguir necesitando complementos externos que le hagan sentirse valioso.

Precisamente es la atención consciente la que nos permita ver y reconocer nuestra propia magnitud, grandeza, capacidad y dignidad como algo natural y satisfactorio per se, ya que la vida nos está reconociendo y «atendiendo» de forma plena por el hecho de seguir insuflándonos energía vital cada día.

Energía vital que me puedo empeñar en malgastar culpando (y culpándome), tratando de «pillar» o «trincar» «lo mío» con visión de escasez, o utilizarla de modo consciente a mi servicio y el de los demás, simultáneamente, con una visión de abundancia y plenitud.

En la base de todo ello suele haber carencias de afecto y reconocimiento en la infancia, muchas de ellas no intencionadas (sino proyectadas desde las propias carencias del educador), pero que terminan deteriorando nuestro autoconcepto y autoestima.

¿Cómo se inicia un proceso de mejora ascendente y positivo a nivel personal y profesional?

Pues justo haciendo lo contrario que el proceso educativo. Si este apaga luces y deteriora la autoestima, el proceso de mejora pasa por encender luces (atención consciente) y recuperar una sana autoestima, reconstruyendo nuestra narrativa interior.

Para mí, una de las mejores herramientas que hay es el desarrollo de la inteligencia emocional como habilidad transversal que sustenta al resto de habilidades (tanto técnicas como actitudinales), apoyada en la práctica de mindfulness o atención plena.

La inteligencia emocional es la habilidad de ir encendiendo luces en la consciencia para poder ver nuestros condicionamientos mentales o «gafas mentales o gps interno» y desarticular o flexibilizar aquellas ideas rígidas que nos perjudiquen o limiten, tal como explicaba en el post anterior.

Lo ideal es empezar a la mayor edad temprana posible (si puede ser en el vientre materno, mejor), aunque en la adultez también es posible desarrollar esta habilidad.

Tiene cuatro pilares básicos que son:

Los dos primeros corresponden a área de la inteligencia intrapersonal y los dos últimos a la inteligencia interpersonal.

En todas las áreas subyace una herramienta común: la comunicación, el lenguaje que usamos para comunicarnos interna y externamente.

El lenguaje no solo sirve para describir la realidad, sino para generarla. Primero en nuestra mente, como ideas y emociones que activan conductas que llevan a la materialización de una forma u otra.

«Lo que creemos es lo que creamos», Alex Rovira.

Cuando vamos encendiendo «luces de interior» somos capaces de ver nuestras fortalezas y las de los demás, poniendo el foco en lo positivo de cada uno de nosotros.

Y empezamos a vislumbrar que todos podemos ganar, que hay de sobra y en abundancia para satisfacer las necesidades de todos (aunque no los egos de una mayoría).

De esta visión más amplia de la realidad parten, por ejemplo, algunos métodos de resolución de conflictos (como el de Harvard) que se centra en los intereses comunes y no en las posiciones defensivas:

Cuando transcendemos la posición del ego y ponemos encima de la mesa los verdaderos intereses o necesidades de cada uno, aceptados por todos, es más fácil llegar a un acuerdo en las estrategias de acción para satisfacerlas.

Para llegar a este punto, el desarrollo de nuestra inteligencia emocional es básica, necesaria y urgente.

¿Y a ti, te apetece ir «encendiendo luces» para ver abundancia?

*Puedes ampliar información sobre cómo desarrollar tu inteligencia emocional leyendo «La Palanca del Éxito, S.L.: Activa tu inteligencia emocional y relánzate». Aquí puedes ver las primeras páginas para que compruebes si te gusta.

** Imagen Adobe Stock

2 Comments

  1. Buen artículo. Tener algo de egoísmo, siempre que no nos devore, es lógico, bueno y saludable.

    1. Muchas gracias, Luis. Eso es, en el equilibrio está lo saludable.

      Un saludo.

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Psicólogo Organizacional