Seguro que has oído hablar del secuestro emocional, ¿verdad?
Ya sabes, eso de que cuando una emoción (rabia, miedo, culpa) es muy intensa nos atrapa de forma que reaccionamos sin pensar y nos impide tener claridad mental durante segundos, minutos, horas.
Y lo peor es que nos puede impulsar a comportamientos con consecuencias nefastas para nosotros y los demás.
Lo que no sabe tanta gente, quizá, es que el secuestro emocional también puede ser perpetrado por una emoción agradable (alegría que se convierte en entusiasmo o euforia).
Como seguro has intuido, lo que dispara el secuestro es la elevada intensidad emocional, siendo la duración del secuestro variable según alimentemos la emoción con pensamientos y conductas.
Dependiendo del tipo de «secuestrador» (ira o euforia), los comportamientos serán totalmente diferentes, aunque igualmente contraproducentes.
La ira nos puede llevar a un comportamiento violento, tanto a nivel físico como psicológico o emocional.
La euforia nos puede llevar a comprometernos con proyectos ruinosos, o realizar compras desproporcionadas.
El otro día, hablando con David Carulla, mi compañero del equipo de Conversaciones Emocionales -junto a Mercè Roura-, dijo una expresión que me inspiró este post.
«Además del secuestro amigdalar, es muy peligroso también el secuestro ‘egoagdalar'» (haciendo un juego de palabras que sabe que me encanta).
Se refería a que el EGO, como mente condicionada que opera en piloto automático, o nivel inconsciente, tiene un guión o papel muy bien aprendido (y fuertemente arraigado) que nos puede dejar atrapados en ideas defensivas, elucubraciones y pensamientos improductivos.
Es bien sabido que, por ejemplo, en caso de que estemos con alguien que sufre un secuestro emocional, no se puede dialogar o razonar con esa persona, siendo muy recomendable no tratar de forzar un diálogo.
Pues bien, en caso de un secuestro «egoagdalar», «egoico», «cognitivo», «psicológico», o como queramos llamarlo, tampoco se puede razonar.
Sin embargo, aunque pueda parecer que sí -porque no hay una intensidad emocional elevada (es más sutil)-, la persona también está en una especie de «zulo mental».
Y en ese zulo mental, efectivamente, puede parecer que está razonando porque ofrece argumentos que parecen justificar su posición, lo que pasa es que esos argumentos son circulares y no hacen más que hundirle más en el zulo.
Es como si padeciera el síndrome de Estocolmo (complicidad con su secuestrador) interior.
Y de ahí, al «secuestro conductual» hay un paso.
El secuestro emocional y cognitivo nos trasladan a un «zulo comportamental», en el que el número y tipo de conductas puede quedar reducido a unas pocas acciones, que se repiten una y otra vez, aumentando el número y la duración de los secuestros.
Como habrás observado, tanto el secuestro emocional, como el egoico o cognitivo y el conductual están conectados. Son interdependientes.
De forma que, el «secuestro circular» no es otra cosa que ir de zulo en zulo (ya sea mental, emocional o conductual) creyendo que no hay otra opción. Algo parecido a lo que llamamos indefensión aprendida.
Por ejemplo, puedo reaccionar de manera emocionalmente intensa (con rabia, por ejemplo) a una crítica que me han hecho por un error que he cometido.
Entonces percibo, por ejemplo, una sensación muy desagradable en mi cuerpo que me tensa los músculos de los brazos, aumenta mi frecuencia cardiaca, siento opresión en el pecho, como si estuviera preparándome para golpear o huir (secuestro emocional).
Salgo rápidamente a contárselo a varias personas, a las que doy mil y una razones por las cuales esa otra persona está equivocada y justifico muy bien la manía que me tiene (secuestro cognitivo).
El resto del día me lo paso navegando por internet, andando rápidamente de un lado a otro sin ninguna finalidad, o enviando compulsivamente mensajes por mail o teléfono (secuestro conductual).
Así que no hacemos nada diferente para salir de ahí. Además, parece como que nuestro cuerpo «pide» ese tipo de pensamientos, emociones y comportamientos.
Es una sensación interior muy conocida porque se ha repetido en numerosas ocasiones.¿Te resulta familiar?
¿Qué podemos hacer entonces?
La única forma de salir de este tipo de «secuestros internos» es echar mano de la metacognición o autoconsciencia.
Es decir, darnos cuenta (de forma autónoma o con la ayuda de un profesional) que estamos en un bucle cognitivo, emocional o conductual.
Es lo que se practica y entrena con las meditaciones atencionales, como Mindfulness.
Entrenar la atención, para ser capaces de observar y describir lo que vemos como testigos neutrales. Sin emitir juicios, con curiosidad y aceptación.
Solo así, podremos tener la suficiente claridad mental para poder responder de manera consciente con acciones más saludables.
¿Y tú, te quedas mucho tiempo atrapado/a en estos «zulos mentales»?
*Fuente imagen: Adobe Stock