Todos hemos vivido situaciones en el trabajo donde el ego se convierte en un obstáculo.
Pero, ¿qué pasaría si, en lugar de permitir que el ego tomara el control, la inteligencia emocional liderara el camino?
Aquí comparto tres casos comunes para reflexionar sobre el poder transformador de la inteligencia emocional.
El veterano frente al cambio
Juan llevaba 15 años en la empresa cuando anunciaron la implementación inminente de un nuevo sistema de gestión. Para él, esto era innecesario. “He hecho mi trabajo perfectamente sin esos sistemas modernos”, solía decir.
Sin embargo, María, la líder del proyecto, lo veía de otra manera. Sabía que Juan sentía que su experiencia estaba siendo ignorada, pero también entendía que su resistencia nacía de un lugar emocional (miedo a dejar de ser competente).
En lugar de imponer el cambio, María organizó una reunión donde Juan y otros veteranos pudieron expresar sus preocupaciones.
Les mostró empatía, reconociendo el valor de su experiencia, y al mismo tiempo les explicó cómo el nuevo sistema haría su trabajo más eficiente. Al escuchar y respetar sus opiniones, Juan comenzó a verlo desde otra perspectiva.
El resultado: no solo aceptó el cambio, sino que se convirtió en uno de los mayores defensores del sistema.
Una reunión crucial en la industria
En una empresa del sector industrial, el equipo directivo tenía que tomar una decisión importante sobre la expansión de la planta. Pedro y Luis, dos directores con trayectorias brillantes, se encontraban en desacuerdo.
Ambos estaban seguros de que su propuesta era la mejor, y los egos comenzaban a levantar barreras.
Fue entonces cuando Ricardo, el director general, intervino. Con una calma imperturbable y mucha inteligencia emocional, pidió a cada uno que expusiera sus ideas, pero con una condición: debían destacar también los puntos fuertes del otro.
Al principio, a Pedro y Luis les costó, pero pronto comenzaron a escucharse. Con el tiempo, las ideas se fusionaron en una propuesta mucho más sólida.
Ricardo no solo había evitado un choque de egos, sino que había creado un espacio para la cooperación y la innovación.
El cliente descontento en las redes sociales
Sara trabajaba en el equipo de atención al cliente de una conocida marca deportiva. Una mañana, se encontró con un tuit público que criticaba duramente el servicio de la empresa.
El ego de Sara le dijo: «Este cliente está exagerando, ¡no tiene razón! Le voy a decir tres cositas». Pero en lugar de dejarse llevar, respiró hondo y aplicó su inteligencia emocional.
Respondió al tuit con empatía: “Gracias por compartir tu experiencia. Lamentamos lo ocurrido y estamos aquí para ayudarte a resolverlo.”
A partir de ahí, mantuvo una conversación privada con el cliente, ofreciendo soluciones personalizadas.
En lugar de empeorar la situación, Sara no solo resolvió el problema, sino que el cliente terminó publicando otro tuit, agradeciendo el excelente servicio recibido.
En cada uno de estos casos, la inteligencia emocional es el factor clave que transformó el conflicto en una oportunidad.
¿Te resulta familiar alguno de estos casos? ¿Conoces alguno similar aunque no sea igual?
Gestionar el ego en la empresa no es tarea fácil, pero cuando lideramos con empatía, respeto y asertividad (lo que llamamos liderazgo de servicio), los resultados pueden ser sorprendentes.
Y recuerda que no solo hablamos de resultados de comportamiento, sino monetarios.
De mucho dinero que va a parar a la cuenta de resultados de la empresa frente a miles y miles de euros que se van por desagües ocultos a la mirada escéptica, pero reales, derivados de «conductas egoicas» o con baja inteligencia emocional (reaccionar de manera automática bajo el impulso protector de la individualidad que se cree aislada de las demás personas).
Por lo tanto, desarrollar la inteligencia emocional en la empresa = big money🫰💲💶 (sostenible).