En el siglo XVII, Quevedo soltó aquello de “solo el necio confunde valor y precio” (o al menos eso dicen… pues no estaba Google o ChatGPT para verificarlo 😄).
Y siglos después, Antonio Machado remata la jugada con un “todo necio confunde valor y precio”.
Ahora bien, ¿cuántas veces has oído eso de “este trimestre toca maximizar beneficios” y te has quedado con cara de
🎼 ¿y el propósito pa’ cuándo’? 🎶
Y no estoy diciendo que el dinero no sea importante. Lo es y mucho, tanto como el respirar. Por tanto, el dinero es una necesidad, pero no un propósito.
Y si el dinero se convierte en el propósito, la empresa corre el riesgo de olvidarse de la contribución de valor a las personas (lo que da sentido a la actividad de la empresa) y llenarse no precisamente de gloria, lo consiga o no.
Para aclarar mejor lo que quiero transmitir, déjame contarte una historia que he visto repetirse más veces que la pantalla azul de Windows (y es posible que a ti también te resulte familiar).
Imagina que inicias una PYME (una startup, que en inglés mola más 😃) con un equipo pequeño (familiar o no) pero con ganas.
Al principio cuesta. Noches sin dormir, presupuestos ajustados, y esa cafetera con más presión que tú.
Y un día (después de unos años) los números empiezan a subir… y por fin: ¡beneficios! 🎉
Y ahí viene la trampa (si no te das cuenta).
Te sientes feliz, sí, pero hay algo que no cuadra del todo. Es como cuando completas un proyecto, pero en el fondo sabes que ese no era el proyecto.
¿Por qué? Porque ganar dinero está bien (muy bien, genial de hecho), pero no basta.
Motivación vs. Propósito (que no es lo mismo pero se confunde a menudo)
La motivación es ese chute que te empuja a subir una montaña. El propósito es saber por qué narices estás subiendo esa montaña. O mejor dicho, para qué estás haciendo eso.
Por ejemplo.
Le dices a tu equipo “tenemos que aumentar las ventas un 20% este año”. Ok, eso motiva. Más si hay bonus. Es posible que todos remen, que las gráficas suban, y el Excel piense en verde ☘️.
Pero si todo se basa en eso, con el tiempo el equipo empieza a desgastarse.
Se convierten en una especie de autómatas que repiten «KPIs sin alma».
¿El motivo?
Pues que la motivación extrínseca (como el dinero) tiene fecha de caducidad. Un dulce no le amarga a nadie, pero existe un fenómeno llamado adaptación hedónica y llega un momento que ya no se aprecia ganar más dinero.
El propósito (que transciende el ego, lo material), en cambio, alimenta el compromiso, el sentido y el orgullo de pertenencia.
La misión y los valores no son adornos corporativos, son el sistema operativo de tu empresa
En algunas empresas, cuando les pregunto cuál es su propósito, me contestan «ganar dinero» casi reactivamente.
Entonces les muestro la misión, visión y valores que tienen publicada en su web o perfil de empresa en LinkedIn y me dicen algo así como «ya, pero eso es marketing» 🤦🏻.
No hace falta que tu misión sea salvar el mundo. Basta con que tenga sentido.
¿Ayudas a tus clientes a ahorrar tiempo?
¿Facilitas su trabajo?
¿Les das una experiencia que recuerdan? (customer experience).
Eso ya es propósito.
Pero si además lo haces desde unos valores claros —p.ej., honestidad, respeto, innovación, coherencia—, entonces ya no tienes una empresa, tienes una cultura.
Y ojo (spoiler organizacional)…
Los valores no se escriben en una pared bonita y ya. Se viven.
Si predicas innovación, no puedes frenar cada propuesta del equipo por miedo a salirte del presupuesto. O apuestas o no apuestas.
El dinero como consecuencia, no como objetivo
La «paradoja» es que cuando haces bien las cosas, durante el tiempo necesario, el dinero llega.
Pero si solo vas tras él, pierdes el alma por el camino. Y sin alma, no hay empresa que aguante.
Si el equipo solo ve el “cuánto”, y no el “para qué”, empezará a desconectarse.
Pierdes compromiso, creatividad, y al final, clientes.
Porque el cliente, igual que el talento, huele la incoherencia a kilómetros.
Entonces… ¿qué podemos hacer con todo esto?
Empezar con una pregunta incómoda: ¿Para qué existe tu empresa?
Y no vale decir “para ganar dinero”. Eso sería como decir que tu propósito es respirar.
Pero hay algo más, ¿no es cierto? (si contestas que no, solo verás «sospechosos» a tu alrededor 🧐).
Cuando ese “algo más” se conecta con lo que mueve a tu equipo, aparece la magia.
Compromiso, bienestar, colaboración, y sí… también beneficios. Pero como resultado, no como obsesión.
Y si no llegan (yo he sido empresario de una pyme y he experimentado esa preocupación en primera persona), es posible que haya que tomar decisiones difíciles, pero comunicándolo previamente de manera honesta, lo más transparentemente posible.
En resumen de los buenos, sin PowerPoint 😋
- El dinero no es el propósito, es el resultado de tener uno claro.
- La misión y los valores son la brújula cuando las métricas marean.
- El propósito no solo atrae talento, lo fideliza y lo multiplica.
- La diferencia entre motivar y comprometer está en conectar con lo que de verdad importa.
Ahora dime, ¿vas a seguir confundiendo valor y dinero, o vas a liderar desde el propósito?
Creo que ya va siendo hora de que las empresas también tengan alma (y no solo hojas de Excel).
Y si todo esto te ha removido un poco… entonces, ya ha valido la pena. 😉
Si crees que una conferencia o workshop sobre este tema sería útil para tu empresa, solicita presupuesto sin compromiso.
Bibliografía
Díaz Cáceres, N. (2014). Responsabilidad social empresarial y creación de valor compartido, sostenibilidad gerencial. Revista Daena: International Journal of Good Conscience, 9(3).
Forero, Y. M. (2016). Creación de valor compartido. Ploutos, 2(2), 28-32.
Vidal, I. (2011). El principio de valor compartido de Porter y Kramer. Foment del Treball Nacional (Fomento del trabajo), 2134, 30-33.