Me gustaría reflexionar y poner consciencia sobre algunas paradojas del ser humano occidental «desarrollado» y ya en siglo XXI.
Como decía Aristóteles en Ética a Nicómaco, en el término medio está la virtud. Y aquí reside, para mí, el punto de referencia de muchos de nuestros problemas actuales.
Porque es fenomenal querer incorporar a nuestras vidas todo lo que tildamos de desarrollo, bueno o positivo y en sentido físico, mental, emocional y espiritual.
El problema se produce cuando la mejora se convierte en una obligación sin sentido o, peor, en una obsesión.
Porque en ese momento estaríamos ante un arma de doble filo:
La búsqueda de bienestar podría transformarse en fuente de malestar.
Es en ese momento cuando podemos llegar a estas situaciones paradójicas:
- ¡Voy a relajarme a toda velocidad que tengo prisa!
- Quejarme de no tener tiempo para hacer deporte pero subo a un primer piso en ascensor
- Ir a clase de yoga para relajarme y luego salir corriendo a clase de inglés o cualquier otra cita
- Hacer un taller de Inteligencia Emocional y angustiarme intentando comprender qué siento a todas horas
- Llevar una alimentación saludable de lunes a viernes y el fin de semana hacer excesos (g)astronómicos
- Automedicarme con ansiolíticos para poder descansar. Sé que crea adicción pero no pasa nada porque «yo controlo»
- Y vuelta a empezar…, ¡uf, qué desgaste emocional!
Bueno, lo he exagerado un poco porque esto no es tan habitual.
¿O sí? Bueno no para ti o para mí, pero sí para los que no leen este post 😉
Creo que nuestro problema raíz lo definió muy bien el Dalai Lama cuando dijo (al menos se le atribuye a él):
«Lo que más me sorprende del hombre occidental es que pierde la salud para ganar dinero, después pierde el dinero para recuperar la salud; y por pensar ansiosamente en el futuro no disfruta el presente, por lo que no vive ni el presente ni el futuro; y vive como si no tuviese que morir nunca… y muere como si nunca hubiera vivido».
A estas alturas, casi todos sabemos que la causa principal de nuestro sufrimiento es la obsesión por conseguir cosas que, en realidad, no necesitamos.
Algo que descubrimos al poco de conseguir algo, porque ya queremos otro algo. Y así nos metemos en un bucle infinito, a pesar de saberlo.
Lo que pasa es que lo sabemos pero no lo sentimos (pensamiento y sentimiento no están alineados), y por ello no lo «encarnamos» en la práctica.
Como suelo decir en mis conferencias «de cejas para arriba -lo que sabemos- parecemos del siglo XXIII, pero de cejas para abajo -lo que hacemos- parecemos del Paleolítico».
Porque a menudo nos auto-engañamos diciéndonos: «cuando consiga tal cosa, eso sí que me traerá auténtico bienestar», cuando la causa del malestar es precisamente obsesionarnos con lo que no tenemos.
Y no digo que no haya que desear cosas y mejorar, sino que eso debe ser solo una parte de nuestra vida.
Podemos y debemos disfrutar de bienes materiales e inmateriales, pero con serenidad, no con esa obsesión que se termina convirtiendo en un maratón crónico tratando de alcanzar «la felicidad» no se sabe muy bien dónde.
¿Cómo se llega a este equilibrio? Sin duda entrenando nuestra inteligencia emocional.
Esta habilidad nos permitirá conocernos los suficiente como para mantener una consciencia serena ante la adversidad y ante la prosperidad (porque todo pasa).
Y aquí viene mi última paradoja. La obsesión por una felicidad permanente como si fuera un objeto de consumo más.
Tratando de ser felices a toda costa conseguimos justo el efecto contrario porque ponemos la felicidad como una necesidad más junto al resto de carencias.
Es decir, se convierte en un «tengo que» adicional, en una obligación.
A veces esto ocurre porque en nuestro trabajo nos sentimos infelices o vacíos, teniendo que aparentar y demostrar implicación y compromiso.
Este alto desgaste emocional nos empuja a buscar bienestar en otros lugares y actividades.
Pero esto va en contra de nuestra inseparable naturaleza lógico-emocional ya que al tratar de usar solo la parte «racional» en el trabajo, y la parte emocional fuera de él, estamos forzando una división insana que genera grandes pérdidas para todos (personas, empresas y sociedad).
Y pongo racional entre comillas porque en muchos casos no es tan racional, sino un listado de creencias y guiones de vida asumidos por introyección.
Por eso en el próximo taller de felicidad vamos a trabajar el bienestar emocional como una serie de actividades conscientes en nuestra vida según estén alineadas o no con nuestra personalidad, libres de imposiciones y mucho menos de obsesiones.
Así que, lo que no sabe el grupo de personas que va a asistir a mi taller es que va a tener que trabajar mucho para ser felices.
Trabajar ampliando la consciencia.
Trabajar rompiendo creencias sobre la felicidad.
Trabajar des-cubriendo la felicidad que ya poseen.
En definitiva, trabajar para llegar a la conclusión de que en realidad no les hace falta ninguna adquisición externa para poder ser felices.
¿Y tú, también estás en la carrera estresante de un bienestar mercantilista?
¿Te apuntas al bienestar saludable?
Fuente imágenes: google
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