Es frecuente y normal que, en el ámbito laboral, tengamos que intervenir en público.
Bien sea para presentar un producto o servicio, impartir una conferencia, exponer una propuesta, explicar los resultados de una evaluación…
O realizar una entrevista de selección para trabajar en una empresa.
En todos estos casos sentir cierta ansiedad durante la preparación de la intervención es natural y saludable porque nos ayuda a usar con más eficacia nuestros recursos personales.
También es síntoma de responsabilidad e interés ante el evento.
Ahora bien, cuando estas situaciones nos «superan» de forma que dejamos de disfrutar y sufrimos porque las vivimos con excesiva preocupación, es posible que haya un componente de egoísmo.
¿Por qué?
Porque puede que estemos poniendo el foco de atención excesivamente sobre nosotros olvidando a los demás, al cliente.
Y es posible que mi preocupación excesiva derive de una necesidad desmedida de deslumbrar, de conseguir atención, de asegurar aplausos o elogios para demostrar lo que sé, mi nivel, lo bueno que soy, lo que «valgo».
Es decir yo, «mi mi mi», lo mío.
Pero también puede que mi preocupación excesiva derive de una necesidad desmedida de aceptación, aprobación, reconocimiento, elogio, aplausos o atención porque tengo miedo a no ser lo suficientemente «bueno o buena».
Podíamos decir que en el primer caso busco la gloria y en el segundo busco la aceptación o, mejor dicho, evitar el rechazo.
Da igual. En un caso y en otro hay un ego que absorbe en demasía nuestra atención, por exceso o por defecto.
Ello nos lleva, a menudo, al perfeccionismo.
Pero no a un perfeccionismo saludable (querer hacer bien nuestro trabajo) sino a uno tóxico o neurótico en el que nunca nos damos por satisfechos.
Y el perfeccionismo tóxico es un gran aliado de la ansiedad, que es el miedo al que se aferra el ego al percibir el evento como una amenaza.
Si no sale bien, en el primer caso echaremos la culpa a los demás por no saber reconocer «nuestra calidad» (ellos se lo pierden, pensaremos).
Y en el segundo nos echaremos la culpa a nosotros mismos por considerarnos incapaces (no soy buen profesional, pensaremos).
¿Qué podemos hacer?
Re-educar al ego desarrollando nuestra inteligencia emocional.
El primer paso es ser consciente. Darse cuenta. Y para ello necesitamos un poco de valentía y humildad para mirar dentro de nosotros mismos.
El segundo paso es parar y reflexionar sobre la paradoja que se produce ante nuestra preocupación «egoísta».
Ya que un nivel excesivo de malestar nos lleva a cometer más errores o pasar por alto detalles importantes, ampliando así las posibilidades de conseguir el efecto contrario al buscado.
Por último tenemos que entrenar nuestro foco de atención para llevarlo más a nuestra audiencia o interlocutor y sus necesidades.
Es decir, percibir y trabajar nuestra intervención como una oportunidad de ser de utilidad o valor a la persona o personas a las que nos dirigimos.
Al quitar buena parte del foco de atención sobre nosotros mismos, automáticamente, bajará el nivel de ansiedad.
Ello contribuirá a que podamos trabajar con mayor bienestar y eficacia. Lo que, paradójicamente, ampliará las posibilidades de ser reconocido y aceptado.
Y si no lo conseguimos, al menos tendremos la certeza y tranquilidad de haber trabajado de forma más saludable.
Si además preguntamos, humildemente, qué es lo que no ha gustado o sido de utilidad, tendremos información muy valiosa para mejorar nuestro trabajo la próxima vez.
¿Y tú, revisas tu ego cuando sientes demasiada ansiedad?
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