Casi siempre explico cómo, por qué y para qué debemos gestionar las emociones de plantillas y equipos de trabajo. Aunque en éstos incluyo a los directivos, hoy me quiero centrar en la perspectiva del máximo ejecutivo y socio mayoritario de la empresa, especialmente de la PYME.
He conocido a varios de ellos (y colaborado con algunos) que, en su mayoría, llevaban muy mal la gestión de sus propias emociones y sentimientos (y aquí me incluyo yo mismo en mi época de empresario y directivo). Algunos incluso tomaban habitualmente algún tipo de ansiolítico para poder dormir.
Y es que sobre su responsabilidad caen muchas cargas y presiones económicas a corto, medio y largo plazo:
- Nóminas y Seguridad Social
- Préstamos y seguros
- Impuestos y alquileres
- Gestoría, asesoría, Notaría
- Mantenimiento infraestructuras
- Suministros
- Viajes, hoteles y manutención
- …
Cuando hablamos de ocho o diez empleados, puede que suponga un desembolso de unos 30.000 € al mes, pero cuando hablamos de cuarenta o cincuenta trabajadores, ya nos vamos a más de 150.000 € a pagar todos los meses. Así que, vender, facturar y cobrar esta cantidad con sus márgenes correspondientes no es baladí, ¡para qué nos vamos a engañar!
Es legítimo sentir ansiedad, frustración, desesperanza, intranquilidad, euforia, soberbia y otras emociones similares. Lo que no es legítimo es mantenerlas en el tiempo inútilmente, no gestionarlas inteligentemente y transferirlas al resto de personas que trabajan a la empresa en forma de gritos, malas caras, falta de justicia o equidad, rigidez, comportamientos incoherentes o reacciones pueriles.
¿Quién se debería ocupar de gestionar estas emociones? Algunos empresarios me han dicho: -¡Si mis trabajadores hicieran a la perfección su trabajo, no tendría problemas con mis emociones! -Eso sería ideal (les contesto), pero recuerda que no somos seres perfectos y que el contexto produce obstáculos y problemas inesperados.
-Además, «tus trabajadores» no son una propiedad y no trabajan para ti, sino contigo.-Si quieres que den lo mejor de sí mismos, además de pagarles dignamente, tienes que crear y mantener un clima saludable libre de toxicidades.
El verdadero empresario y directivo trabaja, paradójicamente, «al servicio de los demás», pero no es algo puramente altruista sino que tiene una función: que los demás tengan los mínimos obstáculos para focalizarse en su trabajo y hacerlo con excelencia, sin preocuparse de «cuidar sus espaldas» porque el contexto interno esté lleno de amenazas para su estabilidad emocional.
El máximo dirigente tiene la responsabilidad y la obligación de gestionar sus propias emociones y además, influir positivamente en las de los demás para favorecer el buen desempeño. Y tiene una muy crítica labor en este asunto porque sus emociones son la fuente y causa del clima afectivo de la organización entera, y por tanto la va a contagiar en cascada, para bien o para mal.
Si el máximo ejecutivo no gestiona bien sus sentimientos de rabia, tristeza, enfado, ansiedad o euforia para expresar esa energía de forma racional y que sirva de estímulo positivo para él mismo y para los que le rodean, lo que estará haciendo es intoxicando, poco a poco, su propia empresa. Algo que no desea porque va en contra de sus propios intereses.
Ahora bien, esto no ocurre de un día para otro, sino que cual gota malaya va horadando poquito a poco la motivación y el buen desempeño de los trabajadores. Y un día, observamos que la productividad y los resultados son pobres, que tenemos clientes insatisfechos y que las ventas han bajado aunque el mercado vaya relativamente bien. Y nos preguntaremos qué está pasando.
Una vez gestionada de forma inteligente sus emociones, el máximo ejecutivo debe tener cuidado y vigilancia de que hagan lo propio el resto de responsables y mandos intermedios, porque cualquiera de ellos podría echar a perder al equipo o departamento que dirige. Y éstos a su vez (o él mismo) vigilarán que nadie del equipo de colaboradores intoxique al resto.
¿Por qué? Porque las personas «funcionamos» con energía emocional altamente contagiante, y si no regulamos correctamente esta energía, el funcionamiento no será el deseado. Ha quedado suficientemente demostrado que la calidad técnica es necesaria pero no suficiente en la actualidad.
Además del trabajo técnico, para acercarnos a la excelencia en el resultado es necesario obtener de nuestros colaboradores, confianza, compromiso, vigor, dedicación, creatividad, proactividad, iniciativa, flexibilidad, optimismo, motivación, innovación, autoaprendizaje…
Por ello, recomiendo vehementemente incorporar una estrategia emocional transversal al resto de estrategias corporativas, porque servirá de «engrase» para facilitar las actitudes y comportamientos descritos en el párrafo anterior.
La estrategia emocional incluye una serie de prácticas psicosociales saludables que aplicadas de forma planificada, sistemática y proactiva irán actuando también como esa gota malaya, pero en positivo y en espiral ascendente.
Algunos directivos ven en esto una barbaridad porque no entienden cómo una gestión emocional individual y colectiva puede influir en los resultados. Pero, ¿lo han intentado alguna vez?
Aunque lo más «cómodo», a corto plazo, es reaccionar echándole la culpa a los demás porque es un mecanismo de autoprotección mental, no es recomendable. Primero porque no termina dando buenos resultados (genera rechazo y rebelión), y segundo porque es una falta grave de irresponsabilidad con uno mismo y con los demás.
Cuando no gestionamos nuestras emociones, otro mecanismo de autodefensa mental que surge es desconfiar del resultado del trabajo de nuestros colaboradores y pedir que se nos consulte antes de decidir o actuar. En realidad nos estamos aferrando a la idea de que otra manera de hacer las cosas distinta a la nuestra no va a funcionar, lo cual es una creencia totalmente irracional basada en el miedo.
Entonces, si soy dueño o socio mayoritario de la empresa no puedo esperar que los demás se ocupen de gestionar mis emociones.
Debo hacerlo yo, ya, e inteligentemente para mi propio bienestar y para proporcionar al resto de la empresa un buen entorno donde pueda fluir el talento y buen hacer, sin trabas ni bloqueos emocionales improductivos.
Por supuesto que habrá colaboradores sobre los que no surta efecto esta estrategia, pero serán los menos y más fácil detectarlos que si tenemos la empresa «sembrada de minas» y la mayoría esté más pendiente de salvaguardar sus intereses que de buscar la excelencia en el resultado.
¿A qué esperamos para implantar una estrategia emocionalmente inteligente en nuestra empresa? ¡Estamos perdiendo tiempo y dinero!
Hasta pronto!
Fuente imágenes: empresariados.com; 3culturas.info;
La gestión por competencias es una estupenda opción para dar solución a esta estrategia.
Muchas gracias por dejar tu comentario, Manel. Sí, desarrollar las competencias emocionales es una buena opción.
Saludos!
Realmente es muy recomendable y la experiencia demuestra que funciona muy bien. Quizás haya empresarios que desconozcan «cómo hacer» porque se han cuidado siempre del «qué hacer». En ese caso, puede resultarles más fácil comenzar por trabajar sus propias emociones en un contexto más íntimo (quizás con acompañamiento profesional) para pasar luego a una segunda etapa de enfocarse en las relaciones con sus equipos de trabajo. Dice un viejo refrán que nadie puede dar lo que no tiene…
Un placer tenerte por aquí, Edita! Así es, nadie puede dar lo que no tiene… y lo que sale de ti es lo que llevas dentro, te guste o no. El primer paso es gestionar tus propias emociones para poder gestionar las de los demás, tal como muestra el modelo de Inteligencia Emocional de Salovey y Mayer.
Un abrazo!