Es curioso que, habitualmente, en las empresas se gaste más dinero en cuidar a las máquinas que a las personas.
Parece como si se tuviese asumido e interiorizado que hay que tener un «cuarto de motores» perfectamente insonorizado, ventilado y refrigerado para que, por ejemplo, los ordenadores funcionen a máximo rendimiento y evitemos o minimicemos averías.
Parece también muy integrado en la cultura organizacional que las máquinas requieren mantenimiento y revisión, incluyendo periodos de descanso en la producción, supliendo dicha productividad una máquina nueva u otra que haya pasado la inspección técnica satisfactoriamente.
Y no digamos ya tener unas oficinas lo más «bonitas» posible para impactar gratamente a visitas, clientes y proveedores, cuyo mantenimiento, limpieza y conservación requiere una importante cuantía económica.
Sin embargo se produce una paradoja cuando nos focalizamos en las personas que trabajan en la organización.
Es fácil observar a muchas de ellas trabajar en unas condiciones «precarias», no solo económicamente, sino en dotación de recursos y acondicionamiento.
Y con «precarias» no me refiero a condiciones paupérrimas o denigrantes para la condición humana (que también), sino por ejemplo, a dotar con una máquina u ordenador obsoleto (que va más lento que un caracol con reuma) a una persona a la que le estamos exigiendo una alta productividad.
Si es lógico, y necesario, exigir una alta productividad a nuestros colaboradores, ¿no será también lógico y necesario dotarles de la tecnología y competencias adecuadas?
Sin entrar en temas ergonómicos y ambientales, en los que no soy experto, también en este área encontramos situaciones «dolorosas» que impactan en el deterioro de la seguridad y/o salud y, por tanto, en la productividad.
Dónde sí quiero entrar y focalizarme, por ser el core de mi especialización y vocación, es en otras condiciones laborales precarias, de crítico riesgo psicosocial, a las que no se les da importancia por creer erróneamente que no impacta en los resultados, o peor, por creer falazmente que lo hace de forma positiva:
- Ausencia de sonrisas y buen humor
- Excesiva ansiedad generalizada
- Irascibilidad a flor de piel
- Vaivenes de alegría-tristeza en función del humor del jefe
- Ambigüedad de funciones y tareas
- Excesiva rutina
- Falta de autonomía
- Exceso de control
- Alargar las jornadas de manera crónica
- Fijar objetivos poco realistas
Eso sin entrar ya en malas formas, falta de respeto o autoritarismos castrenses propios de una cultura organizacional obsoleta, rígida o petrificada; auténticos fósiles de un mundo que ya no existe.
[Tweet «El clima de cada empresa y departamento es fiel reflejo de la salud emocional de sus responsables»]
¿Y por qué funcionan muchas a pesar de ello?, nos preguntaremos.
Muy fácil. Porque tienen unos empleados que no se los merecen, que a trancas y barrancas van realizando su labor por miedo a perder el sueldo, aunque pierdan la salud. No sé si es rentable pero así ocurre por desgracia.
Retomando el comienzo de este post, decía que se produce una paradoja porque las personas (al igual que las máquinas y salvando las diferencias), necesitamos cuidados y mantenimiento, cosa que se lleva a la práctica solo en las organizaciones saludables (pocas por el momento, pero en aumento).
Cuidados y mantenimiento no solo para no enfermar sino para que los estados emocionales internos (no solo a nivel superficial) sean los más apropiados para un desempeño óptimo.
A nadie con plena consciencia se le ocurriría pegarle martillazos o zarandear a una máquina para que produzca más y con mayor calidad.
Sin embargo eso es lo que hacemos al agredir verbalmente, omitir saludos, «puentear sistemáticamente», o no permitir que nadie levante la cabeza ni un segundo de su sitio tratando de aumentar la productividad y la calidad de los resultados.
A nadie con claridad de consciencia se le ocurriría mantener en producción sus máquinas sin parar para hacer mantenimiento (limpiar, engrasar, sustituir piezas gastadas, etc.).
Sin embargo eso es lo que hacemos con tan largas jornadas de las que adolecen las empresas españolas. Luego nos preguntamos el por qué del bajo rendimiento.
A nadie con un poco de visión a medio o largo plazo se le ocurriría tener un cuarto de motores sin ventilación, sin refrigeración, sin limpieza.
Sin embargo eso es lo que hacemos cuando tenemos empleados trabajando en condiciones ambientales que alteran su equilibrio físico, mental y emocional.
¿Y por qué no lo haríamos con las máquinas? Porque sabemos que nos estaríamos cargando, más pronto que tarde, precisamente lo que nos permite facturar y mantener en pie nuestro negocio.
Y con ello nuestro propio bienestar material, mental y emocional.
Sin embargo, ¿por qué hacemos todas estas barbaridades con las personas que colaboran con nosotros, cuando ellas son un pilar fundamental para nuestra facturación y crecimiento? (sobre todo si nuestra empresa es de servicios).
Yo no digo que nos gastemos mil euros en sillas (por unidad) totalmente ergonómicas, como hace la multinacional Marvell, donde cuidan hasta el más mínimo detalle de confort para sus equipos (por supuesto también son muy exigentes con los resultados).
Tampoco digo ya que proporcionemos espacios de relax y desconexión a nuestros empleados para ser usados a discreción y con responsabilidad durante la jornada de trabajo, como en Vygon España (el descanso no está reñido con la productividad, todo lo contrario).
Tampoco digo que se fomente el deporte entre los trabajadores y se organicen partidos de futbol sala (u otro tipo de deporte) y se facilite incluso un fisioterapeuta a un precio muy asequible, como parece ser que hace Dulcesol.
Y no es que quiera que hagamos un reconocimiento público al trabajo bien hecho como estrategia de liderazgo, o celebrar hitos pagando unas pizzas a la hora de comer, o una merienda con horchata y fartons, como hacen algunas empresas.
Y mucho menos que facilitemos activamente a nuestros empleados la conciliación de su vida laboral con familia, hobbies, formación, asistencia a conferencias u otros temas de interés para ellos, como hacen otras empresas.
Solo digo que vamos a ganar mucho, muchísimo, si empezamos por tratar a las personas igual que, como mínimo, a las máquinas. Considerándolas una inversión, no un gasto.
[Tweet «No olvidemos que el primer paso para motivar, es dejar de desmotivar.»]
Que para potenciar emociones positivas que impulsan a la colaboración y la iniciativa, primero hay que gestionar, minimizar y amortiguar las emociones negativas que empujan a cumplir lo justo para cubrir el expediente y a buscar culpables refugiándose en el «yo no he sido y además lo advertí que ocurriría».
Para que nuestros colaboradores tengan conductas de iniciativa y proactividad, primero tenemos que dejar de castigar los errores.
Para que nuestros empleados, colaboradores o compañeros den lo mejor de sí y confíen en nosotros, primero tenemos que eliminar las incoherencias entre lo que decimos y lo que hacemos.
Esto es válido para todos los componentes de la empresa, aunque si somos jefes, supervisores, mandos intermedios, gerentes o directivos, tenemos una cuota mucho mayor de responsabilidad sobre ello.
Empezar a cambiar esto sería un pequeño paso para nosotros y un gran salto para nuestra empresa y las personas que trabajan con ella.
Lo notarás porque tu cuenta de resultados irá mejorando progresivamente.
Lo notarás porque los buenos profesionales querrán trabajar contigo, desplegar su talento, identificarse con tu empresa y aportar su mejor versión.
Lo notarás porque los clientes querrán contratar tus servicios, ya que entre todos le aportáis valor y experiencias agradables, lo cuál le genera confianza y seguridad.
Lo notarás porque tu imagen de marca ganará prestigio en la comunidad o sector en el que te desenvuelves habitualmente.
Por supuesto tendrás detractores y colaboradores que quieran «pegar su culo a la silla y no dar un palo al agua», los llamados «amargators» por Javier Fernández Aguado.
Pero los detectarás con mayor facilidad porque ahora la cultura de tu empresa ya no será el caldo de cultivo que era antes para este tipo de «parásitos».
En fin, que casi todo son ventajas. Digo «casi» porque el cambio implica un periodo de esfuerzo incómodo como peaje de transición (no más que cualquier otro cambio de comportamiento organizacional).
¿Dónde está el problema entonces?
En nosotros mismos, en nuestro interior. Tenemos miedos.
Miedos en forma de perfeccionismo, baja autoestima, baja auto-eficacia, creencias obsoletas, egos inflados y auto-exigencia desmedida.
Estos miedos nublan nuestra consciencia, no permitiéndonos pensar con claridad. Y si los negamos, peor todavía porque empezaremos a ver enemigos por todas partes, buscando en ellos al culpable de nuestro desasosiego.
Ello nos lleva a la desconfianza y la hipervigilancia estresante, generando múltiples conductas de protección exacerbada en la empresa:
- Excesivo control y supervisión (presencial o a distancia)
- Castigar el error
- Premiar el presentismo (aún con baja productividad)
- Penalizar el descanso
- Omitir la felicitación por un trabajo bien hecho
- Evitar el humor, incluso penalizarlo.
¿Dónde está la solución?
Evidentemente, en nosotros mismos, en nuestro interior. Solo tenemos que ponernos a trabajar en el desarrollo de nuestra inteligencia emocional.
Es una forma eficaz de elevar nuestro nivel de autoconsciencia, autoconocimiento, empatía y asertividad en la comunicación.
Pudiendo así desechar aquellos miedos irracionales que impiden nuestro desarrollo personal y profesional, el de nuestros equipos y, por extensión, el progreso de nuestra empresa.
Si yo estoy bien física, mental y emocionalmente, tengo infinitamente mayor probabilidad de ser capaz de generar armonía y confianza a mi alrededor, pudiendo afrontar los problemas y los obstáculos de una manera más realista, confiando en mi equipo.
Si además desarrollo mis fortalezas y hago una gestión de personas basada en la desviación positiva, nos catapultaremos hacia la excelencia.
De esta forma conseguiremos «remar todos a una» y llegar a impulsar el barco de la organización a una velocidad de crucero que pueda superar turbulencias y tempestades venideras.
¿Y tú, tratas igual a máquinas que a personas? ¿A unos mejor que a otros?