Todo en el universo parece funcionar en base a un principio sencillo, el equilibrio.
El yin y el yang, lo activo y lo pasivo, lo que damos y lo que recibimos.
Pero este equilibrio no es simétrico, ni estático, sino dinámico y expansivo.
La biología lo confirma
La respiración es el ejemplo perfecto.
Al inspirar, recibimos oxígeno. Se activa el sistema nervioso simpático y el cuerpo se prepara para actuar.
Al espirar, damos dióxido de carbono. Se activa el sistema nervioso parasimpático y el cuerpo se relaja.
Cuando la espiración es ligeramente mayor que la inspiración, el cuerpo entra en equilibrio emocional y bienestar fisiológico.
Y si intentas no soltar o dar (solo inspirar por miedo irracional a que se acabe el oxígeno, por ejemplo) te asfixias (por no dar o soltar).
El corazón también funciona así. Recibe sangre (diástole) y la impulsa (sístole). La cantidad que da depende de la cantidad que recibe.
Si no puede dar, el sistema colapsa. Si no recibe lo suficiente, entra en disfunción severa.
Aquí, el equilibrio es vital. Dar sin recibir, o recibir sin dar, compromete todo el sistema.
Pero en otros sistemas vivos y dinámicos —como la respiración, el aprendizaje o las relaciones humanas—, podemos transformar lo recibido y devolver algo aún más valioso.
Ahí es donde dar marca la diferencia.
No es un sacrificio, es una elaboración generosa. Una forma de hacer circular valor.
La naturaleza también es intercambio
El otro día, observando a una abeja posarse en una flor, me di cuenta que mientras extrae el néctar que ofrece la flor (está recibiendo), al mismo tiempo está polinizando la flor (dando algo que tiene).
No es una transacción, es un proceso de interdependencia. La vida no se mueve en operaciones contables, sino en relaciones vivas.
Dar y recibir como transformación
Es decir, que entre lo que tomamos o recibimos y lo que damos, hay una elaboración.
Recibes oxígeno y das dióxido de carbono útil para las plantas.
Recibes información, la transformas en conocimiento y lo compartes u ofreces soluciones.
Recibes formación, desarrollas competencias y das valor a tu equipo.
En este sentido, dar y recibir no son opuestos, sino dos fases del mismo ciclo de contribución y crecimiento colectivo.
La empresa también funciona así, para bien y para mal
Las organizaciones se mantienen sanas cuando hay un equilibrio entre lo que se exige -recibe- (demandas en forma de tareas, roles, funciones, dead lines, productos, servicios, calidad, etc.) y lo que se entrega -da- (recursos materiales, apoyo, conciliación, empatía, beneficios sociales, etc.).
Las empresas son más sanas cuando las personas no solo hacen «lo justito» con lo que reciben (información, directrices, apoyo), sino que transforman eso en valor añadido que devuelven al contexto.
En este contexto, cobra especial relevancia la ley de la reciprocidad.
Cuando alguien nos da algo de valor (tiempo, ayuda, reconocimiento), sentimos naturalmente el impulso de corresponder.
Es una ley social universal que opera en toda relación humana —y aún más en contextos colaborativos como la empresa—.
Porque somos seres sociales (o hipersociales, como dicen algunos).
Este principio de reciprocidad aplica tanto al cliente interno (los propios trabajadores y equipos) como al cliente externo (el que hace posible el pago de las nóminas o salarios).
Una cultura empresarial basada en la generosidad estratégica —dar escucha, apoyo, reconocimiento, crecimiento profesional y personal— activa la mejor versión del otro, que también querrá corresponder.
Como señala el también psicólogo organizacional Adam Grant, en su libro Dar y Recibir (2014), los profesionales más exitosos a largo plazo no son los que más reciben, sino los que más dan, y lo hacen con inteligencia, sin vaciarse, sabiendo elegir a quién, cuándo y cómo dar.
Y si todos damos un poco más —de atención, de reconocimiento, de energía limpia—, generamos un “desajuste positivo”. No de agotamiento, sino de abundancia emocional y compromiso.
Por supuesto, y como dice Javier Fernández Aguado, siempre existirá un porcentaje (esperemos que bajo) de lo que él llama «amargators», que no van a corresponder.
Aunque en ese caso será más fácil detectarlos, darles la oportunidad y si no quieren colaborar en la mejora colectiva, quizá la desvinculación del proyecto será la mejor para todos, aunque inicialmente sea doloroso (material y emocionalmente).
¿Y qué rompe ese equilibrio? Pues el ego y su «ju-ego»
Si el equilibrio entre dar y recibir es tan natural —en el cuerpo, en la naturaleza, en las relaciones—, ¿por qué lo rompemos?
La respuesta suele estar en el ego y su «ju-ego», que es «muy suyo» con sus subjetivas normas.
El ego, entendido como un automatismo de protección psicológica, está lleno de sensores que disparan alarmas por todas partes, cuando menos te lo esperas.
Y eso está bien, sobre todo para protegernos de pérdidas, injusticias o amanezas, pudiendo llevar a cabo las acciones preventivas o correctivas correspondientes.
El problema está cuando se trata de un ego «de alto consumo energético», porque rompe el equilibrio del sistema constantemente.
Por ejemplo, lanza mensajes internos tipo “Si doy mucho, me quedaré sin nada”, “si los demás reciben más que yo, salgo perdiendo”, “primero pido, luego ya veré si doy”.
Tener, retener y amontonar es su lema.
Este modo de funcionar obsesivo, que a veces se disfraza de prudencia o eficiencia, rompe la ley de reciprocidad natural y genera dinámicas de desconfianza, competencia nociva y estancamiento relacional.
En el fondo, es el miedo a perder, a no ser visto, a no ser suficiente o a querer ser más que los demás.
Por eso, dar un poco más que lo que se espera recibir no es debilidad, es fortaleza emocional.
Es liderazgo consciente. Es romper la inercia del ego y sembrar un ciclo virtuoso.
Siete formas de dar y recibir en la empresa
Presencia ↔ Energía social
Estar presente no solo físicamente, sino emocional y cognitivamente nutre al equipo.
Escucha activa ↔ Expresión clara
Escuchar con atención es una forma de recibir que permite dar respuestas más ajustadas a la realidad contextual.
Formación ↔ Aplicación práctica
Recibir formación y devolverla en forma de resultados o nuevas propuestas.
Delegar ↔ Asumir responsabilidad
El líder que confía y da autonomía, recibe implicación y compromiso.
Retroalimentación ↔ Reconocimiento
Corregir desde la construcción y no solo desde la crítica. Dar feedback y agradecerlo.
Demandas ↔ Recursos
Si pides excelencia, ofrece apoyo emocional, tiempo y seguridad.
Información ↔ Conocimiento compartido
Recibir información no basta. Transformarla y compartirla eleva el nivel del equipo.
Y para finalizar, recordemos que…
Si inspiramos (recibir) sin espirar (dar), terminaremos asfixiádonos por egoismo.
Si exigimos sin ofrecer, desgastamos a quien necesitamos.
Si recibimos sin dar, el sistema se bloquea.
Pero si damos un poco más —sin vaciarnos ni perjudicarnos— el sistema florece.
En la empresa, como en la vida, el equilibrio no es rigidez matemática, es más un movimiento armónico.