INTELIGENCIA EMOCIONAL: LA HABILIDAD DE «ENCENDER LUCES»

Estamos prácticamente «infoxicados» con mensajes y contenidos sobre inteligencia emocional para beneficio de cualquier ámbito de la vida.

Es un término tan manoseado que yo diría que se ha acabado prostituyendo, comercialmente hablando.

Por supuesto hay quien se acerca de forma más o menos ética y saludable a este concepto (como ocurre con cualquier otro tema susceptible de comercializar).

Desde el punto de vista científico, aún necesitamos más investigación sobre el tema ya que los distintos investigadores no terminan de ponerse de acuerdo sobre si es un factor independiente o está solapándose con factores de personalidad o de inteligencia general.

Por ello quizá tampoco hay demasiado quorum en cómo medir la inteligencia emocional de manera óptima, asegurándose de no medir nada más que este factor, a pesar de que ya disponemos de numerosos instrumentos con aceptable fiabilidad.

Pero hoy no quiero abordar el tema desde el punto de vista científico o académico, sino más bien aplicado o práctico.

Quiero explicar un poco para qué me ha servido (y me sigue sirviendo) trabajar el desarrollo de mi inteligencia emocional, ya que es algo que vengo haciendo desde hace unos 8 años (aunque es un proceso que dura toda la vida).

De entrada, creo que estamos ante un concepto más amplio (y por tanto más completo) que la inteligencia general (en adelante, IG) porque ésta solo incluye factores cognitivos o racionales. Sin embargo la inteligencia emocional (en adelante, IE) incluye además de lo racional, factores emocionales y motivacionales.

Si tenemos en cuenta que pensamiento, sentimiento y acción es la triada que está presente en todo momento de nuestra vida, parece lógico que la IE sea considerada como una «herramienta» mucho más potente que solo la IG.

Es decir, habituarnos solo a usar argumentos y explicaciones racionales para todo lo que hacemos (como arrastramos culturalmente desde hace siglos) es omitir, ignorar u olvidar una parte de nosotros mismos (la afectivo-motivacional), que no por ello deja de intervenir y estar presente por mucho que lo neguemos.

Y es que no hay más que prestar un poco de atención a lo qué dice nuestro cuerpo cuando hacemos (o pensamos hacer) algo que, explicado racionalmente parece estupendo, pero notamos cierto malestar en el pecho, el estómago, la garganta… (de abdomen para abajo suele ser miedo en sus distintas formas o derivados).

Lo que he podido comprobar es que nuestro organismo es muy sabio y si no «resuenan armoniosamente» pensamiento, sentimiento y acción, nos desajustamos, nos descentramos y parece que todo se «desorganiza» a nuestro alrededor.

Sin embargo cuando conseguimos alinear pensamiento, sentimiento y acción de forma que resuenen como una melodía orquestada, todo cobra un sentido natural y saludable, pareciendo mucho más valiosa nuestra existencia.

De esta forma nuestra mente «se organiza» y nuestro día fluye con más naturalidad y bienestar.

¿Y cómo podemos conseguir esta «organización interior»?

La clave estar en ir encendiendo luces con la consciencia.

De hecho, la expresión «tener pocas luces» viene a decir algo así como «no ser conscientes de las consecuencias de comportarse de determinada forma».

Conforme vamos «poniendo luces» vamos ensanchando la consciencia y podemos «ver» qué está sucediendo en nuestro interior, teniendo la oportunidad de cambiar nuestro comportamiento y, si queremos, nuestra perspectiva o enfoque, e incluso nuestro sentimiento según nos convenga una cosa u otra.

En conclusión, integrar emociones y sentimientos de forma consciente con el filtro de la razón es lo que hace que la vida cobre sentido, que tenga «chispa».

O como dicen algunos, es «la sal de la vida», lo que hace valioso vivir en este mundo a pesar de los problemas, obstáculos y dificultades, porque estamos poniendo al mismo nivel que la razón nuestros valores, motivaciones y sentimientos, en lugar de negarlos.

Sí que es cierto que en el mundo laboral o el de las relaciones comerciales es más complicado llevar a cabo esta «sinfonía racioemoconductual» (perdón por el «palabro») 😉

Por ejemplo, puede que sintamos que no nos conviene tener relaciones profesionales con una empresa o persona desde el punto de vista emocional (porque sentimos ese malestar en el cuerpo que se traduce en disonancia cognitiva o tensión mental), pero la razón nos diga que la consecuencia será perder beneficios económicos y/o sociales (a corto o medio plazo).

¿Qué hacer entonces cuando el sentimiento de pérdida provocado por la razón entra en conflicto con ese malestar físico-mental que no nos permite «ser nosotros mismos» y poder fluir con mayor naturalidad?

Desarrollar la IE como habilidad para afrontar estas situaciones tomando la opción más adecuada (aunque no sea la óptima) me ha demostrado que vale su peso en oro.

En cualquier caso será muchísimo más eficaz que obviar nuestros sentimientos (o dejarnos llevar por ellos) porque tarde o temprano nos arrepentiremos, con el consiguiente perjuicio.

Ganaremos en salud, bienestar, relaciones sociales y, a medio o largo plazo, conseguimos los ansiados beneficios económicos de manera más sostenible y duradera en el ámbito laboral.

¿Y cómo encendemos la luz de la consciencia?

Hay varias formas, pero la principal es el ejercicio de la práctica de la atención plena.

A mí me encanta el planteamiento que hace Emilio Carrillo de este ejercicio como un juego. Se puede hacer en cualquier momento del día aunque lo ideal es dedicar, al menos, 30 minutos diarios.

Se trata de jugar a observar tus propios pensamientos o sentimientos sin «engancharse» a ellos, como si fueras un observador externo que no juzga; sentado, con los ojos cerrados, respirando serena y profundamente.

Cada vez que consigues «no engancharte» o no dejarte llevar por un pensamiento o sentimiento, te anotas un tanto a tu favor. Si por el contrario el pensamiento o sentimiento «te engancha», el tanto es para él.

Lo mejor es que casi siempre ganas tú porque si llega un momento en el que te das cuenta que te has «enganchado» al pensamiento o sentimiento (y vuelves a ejercer de observador externo centrándote en tu respiración) es que has sido consciente, y ese es el objetivo del entrenamiento.

Con la práctica, pensamientos y sentimientos se irán «espaciando» pudiendo comprobar la ausencia de los mismos, aunque sea en periodos muy breves de tiempo.

Esto provoca un aumento progresivo de nuestra consciencia, calma y serenidad, permitiéndonos tomar mejores decisiones y generar mejor clima a nuestro alrededor, aún en situaciones difíciles.

¿Te animas a encender luces para integrar razón y emoción?

About admin

Psicólogo Organizacional